Yo recordaba vagamente el Palacio de Brandeso, donde había
estado de niño con mi madre, y su antiguo jardín, y su laberinto que me
asustaba y me atraía. Al cabo de los años, volvía llamado por aquella niña con
quien había jugado tantas veces en el viejo jardín sin flores. El sol poniente
dejaba un reflejo dorado entre el verde sombrío, casi negro, de los árboles
venerables. Los cedros y los cipreses, que contaban la edad del Palacio. El
jardín tenía una puerta de arco, y labrados en piedra, sobre la cornisa, cuatro
escudos con las armas de cuatro linajes diferentes. ¡Los linajes del fundador,
noble por todos sus abuelos! A la vista del Palacio, nuestras mulas fatigadas
trotaron alegremente hasta detenerse en la puerta llamando con el casco. Un
aldeano vestido de estameña que esperaba en el umbral, vino presuroso a tenerme
el estribo. Salté a tierra, entregándole las riendas de mi mula. Con el alma
cubierta de recuerdos, penetré bajo la oscura
avenida de castaños cubierta de hojas secas. En el fondo distinguí el
Palacio con todas las ventanas cerradas y los cristales iluminados por el sol.
De pronto vi una sombra blanca pasar por detrás de las vidrieras, la vi
detenerse y llevarse las dos manos a la frente. Después la ventana del centro
se abría con lentitud y la sombra blanca me saludaba agitando sus brazos
fantasmas. Fue un momento no más. Las ramas de los castaños se cruzaban y dejé
de verla. Cuando salí de la avenida alcé los ojos nuevamente hacia el Palacio.
Estaban cerradas todas las ventanas: ¡Aquella del centro también! Con el corazón
palpitante penetré en el gran zaguán oscuro y silencioso. Mis pasos resonaron
sobre las anchas losas. Sentados en escaños de roble, lustrosos por la usanza,
esperaban los pagadoresde un foral. En el fondo se distinguían los viejos
arcones del trigo con la tapa alzada. Al verme entrar los colonos se
levantaron, murmurando con respeto:
-¡Santas y buenas tardes!
Y volvieron asentarse lentamente, quedando en la sombra del muro
que casi los envolvía. Subí presuroso la señorial escalera de anchos peldaños y
balaustral de granito toscamente labrado. Antes de llegar a lo alto, la puerta
abrióse en silencio, y asomó una criada vieja, que había sido niñera de Concha.
Ramón
María del Valle-Inclán: Sonata de otoño.
1. Resumen del texto
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