Pero Olaja pasaba los túneles: El Barro, el del Lobo Viejo, el
de la Moza, el Tunelillo, y transmitía a las manos de Higinio sobre las
palancas la serenidad de su fuerza encarrilada.
Los valles estaban cubiertos de niebla. A medida que ascendían,
al contemplar las cimas de las montañas, las nubes se le hacían más rápidas en
su marcha. El cielo estaba claro, de un azul grisáceo, tenue y frío. las nubes
pasaban altas; en las crestas de los montes se deshacían a veces, alargándose en
coletas. las peñas, blancas al sol de verano, estaban como ensuciadas por la
humedad. El verde, hasta la niebla de los valles, oscurecido.
-Va a nevar pronto -dijo Mendaña.
-¿Cómo lo sabes?
-El cielo está de cristal. Cuando se pone así, ya se sabe, nieve
segura.
En uno de los túneles había obreros trabajando. Gritaban al paso
de la máquina. Sostenían sus faroles a la altura de la cabeza. Mendaña les hacía
gestos deshonestos y se reía a carcajadas.
Higinio disminuyó la velocidad de Olaja. Unos metros delante
de la máquina, un hombre balanceaba un farol rojo. Higinio frenó.
-¿Qué pasa ahora? -preguntó Mendaña.
-La vía. La habrán levantado. ¡Quién sabe!
El hombre del farol rojo se acercó.
-Tenéis volver atrás, hasta el apeadero. Estamos cambiando las
traviesas. Cosa de una hora. la vía está levantada.
-Bueno. La organización es perfecta. En el apeadero nos dan la
salida y ahora a volver atrás...
Ignacio
Aldecoa: Santa Olaja de acero.
1. Resumen del texto.
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