jueves, 22 de noviembre de 2012

Lectura comprensiva. Texto Aldecoa 2



Comenzaban los primeros túneles de la montaña. Cada uno tenía su nombre. Mendaña los iba nombrando a medida que iban entrando en ellos.
-El Barro... El del Lobo Viejo... El de la Moza...
Higinio estaba atento a la Marcha de Olaja.
-Las traviesas están medio podridas. Un día nos vamos monte abajo con todo el percal.
El humo en los túneles los aislaba, los envolvía, Higinio distinguía la tos bronca, de perro atragantado, de su compañero.
-¡Uf! El caño de respirar se me va a caer al balastro -decía Mendaña, y escupía prolijamente, con los ojos cargados de lágrimas-. Estoy tan sucio por dentro como por fuera.
Al entrar en un túnel se sentía como si toda la masa del convoy se achicase, y, ya dentro de él parecía como si a la primera sensación de compresión sucediese otra de extensión y el túnel fuera a romperse ante la fuerza expansiva del tren. El ruido, el humo, la oscuridad, motivaban el juego de las sensaciones. A la salida, Olaja corría libre y hasta más alegre. Entrar en un túnel era entrar en una tormenta, en un negro nubarrón cargado de ruidos meteóricos y sobresalientes, que convertían el paso de unos minutos por él en algo inexplicablemente terrible, hecho de tinieblas, de insólitas coloraciones amarillas y rojas en el humo apelotonado en el puente de la máquina, de furiosos sonidos de hierro y de vapor de fuga.
En los túneles largos habitaba la desazón. la desazón de los rostros fosilizados de todos los viajeros que habían querido distinguir sus paredes con los ojos desmesuradamente abiertos. La desazón de los viajeros ancianos, que imaginaban horribles catástrofes dentro de túneles interminables. Algo intestinal y ciego; tajado del paisaje; el temor repentino de que Olaja, hasta entonces obediente, odía dejar de serlo allí mismo.
                  Ignacio Aldecoa: Santa Olaja de acero.



          1. Resumen del texto

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