jueves, 22 de noviembre de 2012

Lectura comprensiva. Aldecoa 1



A través de los entornados ventanillos podía ver la claridad del amanecer. No quería encender la luz eléctrica; temía despertarla. Volvió con suavidad uno de los ventanillos. La cara de ella quedaba en lo oscuro; podía ver el reflejo turbio de la amanecida en la tabla de los pies de la cama de matrimonio; la masa de la silla, a la derecha, con su camisa caqui colgada del respaldo, junto a la ventana; también la azul y rara profundidad de la luna del armario. Decidió ponerse los zapatos en el pasillo. Al salir de la habitación recogió la camisa, el jersey mahón y el chaquetón de cuero. Cerró la puerta con cuidado; su mujer dormía profundamente. Dormiría hasta que el sol hiciera su primera presencia en la ventana. Ella se despertaba con el sol, no con la claridad del amanecer. Ella quedaba atrás en su sueño y a él le parecía seguir dormido aun después de lavarse en la cocina, aun después de salir a la calle y contemplar el metálico reflejo del asfalto mojado, aun después de asentar el estómago con la copa de orujo y el té de los madrugadores, hasta que estaba en la máquina, junto a la boca de fuego, esperando que la caldera cogiese presión y el compañero fogonero principiase la primera conversación del trabajo.
 
Bajaba las escaleras colocándose el chaquetón, haciendo el nudo simple de la bufanda. El portal estaba todavía cerrado. Maldijo, como siempre, al intentar abrir la puerta. Cuando lo consiguió, el sereno estaba enfrente de él. Se saludaron como amigos. Comentaron el frío de la noche.
-Ya se va acercando el invierno -dijo el sereno.
-Ya se va acercando -respondió él.
-Al tajo, ¿eh? -dijo el sereno.
-Al tajo -contestó.
Siempre se decían lo mismo. Se despidieron.
                                                               Ignacio Aldecoa: Santa Olaja de acero, cap.1.

1. Resumen del texto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario