A Daniel, el Mochuelo, le duró el nombre lo que la primera
infancia. Ya en la escuela dejó de llamarse Daniel, como don Moisés, el
maestro, dejó de llamarse Moisés a poco de llegar al pueblo.
Don Moisés, el maestro, era hombre alto, desmedrado y nervioso.
Algo así como un esqueleto recubierto de piel. Habitualmente torcía media boca
como si intentase morderse el lóbulo de la oreja. La molicie o el contento le
hacían acentuar la mueca de tal manera que la boca se le rasgaba hasta la
patilla, que se afeitaba muy abajo. Era una cosa rara aquel hombre, y a Daniel,
el Mochuelo, le asustó y le interesó desde el primer día de conocerle. Le
llamaba Peón, como oía que le llamaban los demás chicos, sin saber por qué. El
día que le explicaron que le bautizó el juez así en atención a que don Moisés
avanzaba de frente y comía de lado, Daniel, el Mochuelo, se dijo que bueno,
pero continuó sin entenderlo y llamándole Peón un poco a tontas y a locas.
Por lo que a Daniel, el Mochuelo, concernía, es verdad que era
curioso y todo cuanto le rodeaba lo encontraba nuevo y digno de consideración.
La escuela, como es natural, le llamó la atención más que otras cosas, y más
que la escuela en sí, el Peón, el maestro, y su boca inquieta e incansable y
sus negras y espesas patillas de bandolero.
Germán, el hijo del zapatero, fue quien primero reparó en su
modo de mirar las cosas.Un modo de mirar las cosas atento,concienzudo e
insaciable.
Y con Mochuelo se quedó, pese a su padre y pese al profeta
Daniel y pese a los diez leones encerrados con él en una jaula y pese al poder
hipnótico de los ojos del profeta. La mirada de Daniel, el Mochuelo, por encima
de los deseos de su padre, el quesero, no servía siquiera para apaciguar a una
jauría de chiquillos. Daniel se quedó para usos domésticos. Fuera de casa sólo
se le llamaba Mochuelo.
Miguel
Delibes: El camino, cap.IV
1. Resumen del texto.
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